
Ni las bicicletas ni las playas cobran sentido solo en verano. Seducen igualmente con su arena invernal a paseantes pensantes que recargan las pilas frente a dos infinitos, el mar y el cielo.
El suroeste de La Graciosa se descubre tomando como punto de salida el puerto de Caleta del Sebo y embocando la pista paralela a la costa suroccidental. La playa de El Salado es el único lugar donde está permitido acampar. Le sigue la playa Francesa, donde menudean las siluetas de veleros al socaire esperando las encalmadas. Ni aún las bicicletas tienen paso franco a partir de ahora en el Parque Natural del Archipiélago Chinijo: habrá que proseguir caminando unos 20 minutos.
La excursión toca a su fin en la excelsa playa de la Cocina, acostada bajo la montaña Amarilla. Tiñendo el roquedo, los amarillos blanqueados por la sal marina que dibujan vetas como de mármol tienen una fuerza que irradia y que atrae como un formidable imán. Una experiencia de orden estético que se ve incentivada por 50 metros de arena delicada, cuando no por la vista del lanzaroteño risco de Famara y el agua más verdosa y remansada de La Graciosa. Con estos mimbres, la práctica del naturismo y el buceo es poco menos que obligada. Acudir en bajamar y llevar agua en abundancia.
Ver las otras 9 playas – Fuente El Pais