En la isla de La Graciosa viven cerca de 700 habitantes, lo que convierte a los vecinos en una gran familia. Con todas sus imperfecciones y deficiencias, La Graciosa sigue siendo un paraíso para sus vecinos que están trabajando para recuperar su historia y sus costumbres.
Un equipo de Repor de Tve ha estado con sus vecinos.
La Graciosa es la octava isla canaria. A excepción del casco urbano, la isla forma parte de una finca patrimonio del Estado. Junto a Alegranza, Montaña Clara, Roque del Este y Roque del Oeste, y al risco de Famara conforman, desde 1986, el Parque Natural del Archipiélago Chinijo gestionado por el Cabildo de Lanzarote. Además, todos ellos disponen de especial protección por ser una Reserva marina. Las zonas urbanas de Caleta de Sebo (hoy la única habitada durante todo el año) y de Pedro Barba (núcleo residencial) están separadas por pocos kilómetros. Durante años, los muchachos de Pedro Barba, bajaban hasta Caleta de Sebo cuando había fiestas, para entablar relación con las muchachas y formar sus familias. Entre sus cerca de 700 habitantes, los apellidos Páez, Hernández, Toledo o Guadalupe se repiten sin cesar. Se conocen unos a otros y a casi todos les unen lazos familiares.
El día a día de los vecinos de la isla canaria de La Graciosa es singular, igual que su enclave. Para algunos, es un paraíso. Para otros, es un laberinto burocrático. No en vano aquí conviven cuatro administraciones: el ayuntamiento de Teguise, el Cabildo de Lanzarote, el Gobierno Canario y el Gobierno del Estado. Por ese motivo, los permisos y gestiones se alargan sine die. La Asamblea graciosera, formada por vecinos nacidos aquí y otros gracioseros de adopción, trabaja para que se considere este enclave pedanía y obtener así mayor capacidad de autogestión. Hoy, sus mayores problemas son el desarrollo turístico sin control, y la limitación de recursos, ya que todo, desde los profesores y médicos, hasta los alimentos y el agua, llegan desde Lanzarote.
En verano la isla multiplica su población por la afluencia turística, y en invierno, el viento pausa el trabajo de una flota pesquera en descenso. El ocio y las actividades aquí también son limitadas. Hay trabajo, pero todo relacionado con el turismo. Se ven muchos alojamientos de alquiler vacacional, que han provocado un incremento en el precio de las viviendas existentes. Ya no se puede construir más. Y todo ello empuja a los más jóvenes a marchar fuera a vivir dejando aquí a una población cada vez más envejecida.